viernes, 30 de abril de 2010

¿Importan las Diversidades de Género en las Decisiones de los Terapeutas? por María Cristina Ravazzola



Publicado de la REVISTA ARGENTINA
Vol. XIX 1 ABRIL 2010 DE CLÍNICA PSICOLÓGICA

Resumen

Las expectativas sociales estereotipadas sobre los roles que jugamos varones y mujeres en
nuestras culturas occidentales nos inducen a participar de sistemas de creencias y supuestos que a veces nos anestesian y nos hacen tomar decisiones que no ayudan a quienes nos consultan. Esto nos lleva a pensar que los y las terapeutas necesitamos entrenarnos en revisar estos supuestos y sus consecuencias.
En este artículo comento acerca de varias experiencias clínicas en que aparecen esas anestesias
y los modos en que condicionan decisiones terapéuticas.
Planteo entonces, poniendo especial énfasis en las diversidades de género y en la importancia
de las relaciones en el ámbito de la vida cotidiana, algunas afirmaciones propias de esos sistemas
de creencias distorsionantes, modos de reconocerlos y estrategias conversacionales para desarmarlos.

Palabras clave: conciencia de género, vida cotidiana, anestesias, sistema de creencias.
Key words: gender awareness, everyday life, anesthesia, belief systems.

Introducción

Los y las terapeutas pertenecemos a la cultura
que compartimos con nuestros consultantes y somos
constructores de la misma. Es el contacto con
las experiencias clínicas, con los problemas que se
nos plantean en la cotidianeidad de nuestro trabajo
y la permanente consulta a colegas en los equipos
de trabajo lo que nos permite a veces salirnos de
“trampas” a la hora de tomar decisiones en el camino
de ayudar a producir cambios buscados.
Los ejemplos que siguen refieren acciones de
terapeutas. Nos permiten inferir sistemas de creencias
tanto de consultantes como de terapeutas, que
afectan a las decisiones que se toman.

Ejemplos clínicos

1: Una señora consulta a un equipo hospitalario
de Psicoterapia porque su marido la golpea. En la
primera entrevista, el marido, que está también presente,
se muestra colérico y amenazante. Para las
entrevistas siguientes, las terapeutas (dos mujeres)
citan sólo a la señora, quien queda así señalada
como quien necesita tratamiento. Cuando la supervisora
les pregunta acerca de esa decisión, las terapeutas
contestan que ahora se dan cuenta de que
las actitudes del marido les habían despertado miedo.
Algunos colegas (varones) que están presentes
en la supervisión, les recuerdan irónicamente, subestimando
su miedo, que ellas no están solas, que
ellos también están presentes en el Hospital, y que
entonces ellas pueden llamarlos si los necesitan.
Podemos pensar que, en caso de haber invitado
al marido, las condiciones en que estas dos terapeutas
enfrentarían la actitud colérica y amenazante del
señor serían tales que:
a) contarían con la presencia cercana de personas
que las podrían ayudar,
b) ellas mismas son dos personas, no sólo una,
c) se encuentran en un ámbito público, protegidas.
Ellas son concientes ahora de haber experimentado
MIEDO, pero en ese momento no pudieron
tomar esto como un dato para conversar con sus
pacientes ni elaborar posteriormente una estrategia
con sus colegas.
Este ejemplo resulta interesante, y da una idea
de esas “trampas” que anestesian eficazmente a las
personas que intervienen en estas situaciones. La
anestesia les impidió a las terapeutas el registro del
miedo. Cuando en la supervisión se conectan con la
escena de la entrevista frente al señor enojado, rescatan
ese miedo anestesiado. Ese malestar hubiera
sido una información importante que podía haber
legitimado la misma emoción en la señora que acude
a pedir ayuda. Pero resulta en los hechos silenciado,
no expresado por las terapeutas. Ellas no le
comunican a la consultante ni al marido el motivo de
su decisión. La anestesia de las terapeutas queda al
servicio del circuito invisibilizador y minimizador de
la violencia sufrida por esa consultante en su vida
de pareja.1
2. Sofía, de unos 28 años, concurre, enviada por
la escuela de sus hijas, para recibir ayuda terapéutica,
dado que, desde hace unos 3 meses, se siente
muy inestable con sus hijas, y hasta ha llegado
a castigar una vez a la mayor, Lucía, con un cable.
Nos relata que hace dos días, ha vuelto Emilio, su
marido, a la casilla en que ella vive con sus hijas.
El acaba de pasar 3 años en prisión, luego de haber
asesinado al marido de la mujer que era su amante.
Sofía cuenta que, antes de estar Emilio preso,
varias veces ella había intentado separarse de él,
pero no lo hizo porque él amenazaba con sacarle la
tenencia de las nenas. Ahora que él ha vuelto, y desde
que ella se enteró, hace unos meses, de que lo
iban a soltar, se siente muy asustada.
Durante estos últimos 3 años, Sofía ha estado
llevando las nenas a la cárcel para que no perdieran
contacto con su papá, pensando que ellas lo quieren
y lo necesitan, ya que “un padre siempre es muy importante
para sus hijos”.
En el equipo de terapeutas, en su mayoría terapeutas
familiares, se debate largamente sobre si sería
bueno citar a Emilio, el padre, quien podría estar
preocupado por el maltrato de la madre a la nena,
así como también cuál puede ser, en el contexto de
un barrio de emergencia, la importancia de la presencia
de un hombre en la casa para la seguridad de
la mujer y las nenas (que habían estado solas durante
tres años).
Sofía declara sentirse ahora muy confundida, ya
que una hermana le dice que debe darle a él otra
oportunidad mientras que otra hermana le sugiere
que él parece no haberlas tenido en cuenta ni a ella
ni a las hijas cuando se enredó con la otra mujer y
terminó matando a su marido.
En este ejemplo, la anestesia circula alrededor
de la significación que tanto Sofía como el equipo
terapéutico dan a la imagen de PADRE. Dado que
esa imagen se liga a la necesidad de protección, amparo,
límites a desbordes, cuidado de los peligros
de afuera que pueden amenazar a esta señora y a
sus hijitas. Los terapeutas y la señora se preocupan
por respetar y aún fabricar para este hombre un lugar
social prestigiado de padre, que él mismo ni produjo
ni sostuvo (Weingarten, 1994).
La expectativa social acerca de un rol, es decir,
la función esperada desde la cultura (que yo llamo
metafóricamente el “envase”) configura un espacio
de ilusión que a veces, como en este caso, va más
allá de las conductas reales y concretas (metafóricamente
el “contenido”) de ese rol por parte de la
persona a la que se le adjudica.
En los hechos, esta señora, Sofía, ha estado ella
misma jugando ese rol de cuidar y poner límites (mal
llamado “rol de PADRE”) desde el “contenido”del
mismo, durante los últimos tres años y quizás por
más tiempo. Pero el espacio ilusorio se mantiene,
mientras opera una anestesiante confusión entre
CONTENIDO y ENVASE. Ella, desde el “envase” de
madre, jugó por ese tiempo los dos roles, o, si queremos
decirlo de un modo que no reproduzca prejuicios
de género, funcionó supliendo las necesidades
de sus hijas.
Si los terapeutas también se confunden y creen
que el “contenido” cuidados y límites corresponde
exclusivamente al “envase” de padre no ayudan a
Sofía porque suponen que ella y sus hijas precisan
ahora para organizarse de acciones por parte de él,
el padre, que en los hechos nunca ejerció. Si pudieran
salir de esa “trampa” de los supuestos sobre la
necesidad de la presencia de ESE padre en el sistema
familiar, los terapeutas podrían ayudar a Sofía
a valorizar todo lo que pudo hacer sola, a examinar
sus propios pensamientos e impulsos cuando ella
se desbordó con su hijita, y a implementar recursos
propios para auto contenerse y ejercer su autoridad
de madre sin violencia, comprendiendo su malestar
y preocupación al saber que desaparecía la contención
social que frenaba las acciones irresponsables
y delincuenciales de su esposo, y que entonces ahora,
con él fuera de la cárcel, ella volvía (en relación
a él) a tener que resolver lo que postergó durante 3
años.

3. Para ilustrar con otro ejemplo los cambios positivos
que se operan cuando las2 terapeutas dejamos
de cultivar la ilusión del valor de los “envases”,
suponiendo que siempre se corresponden con el
“contenido”, y nos conectamos con cada persona y
sus conductas, quiero relatar un proceso terapéutico
en el que la consultante es una asistente social
de una institución de ayuda a familias con hijos de
edad escolar, pertenecientes a una comunidad de
la ciudad de Buenos Aires.
La asistente social, Nora, concurre a la entrevista
con tres niños, Juan, Daniel y Paula, que viven durante
la semana en la institución. También concurre
Jaime, su padre. Los niños habitan un barrio periférico,
al que vuelven los fines de semana. Jaime, el
padre, durante la semana, duerme en casa de sus
propios padres, en la ciudad Capital. La madre de
los niños murió de cáncer hace dos años, y era ella
quién había criado sola a estos niños ya que, por ser
ella de condición social muy humilde, siempre fue
rechazada por los padres de Jaime, quienes nunca
reconocieron a estos niños como sus nietos.
En la primera entrevista, una imagen inesperada:
Jaime juguetea con los dos más chicos, busca
la aprobación de Nora, y ser escuchado en sus
propios diversos problemas; entre otros que tiene
miedo, los fines de semana, de ir a la casita del barrio
donde están los hijos, porque una vez fue asaltado
y golpeado. En contraste, Juan, el hijo mayor
(10 años), se muestra preocupado y enojado por los
problemas que Daniel (7) y Paula (8) generan en la
institución, motivo de la consulta.
Mientras Daniel y Paula aseguran al padre que
pueden ir a “buscarlo a la estación” para que él vaya
a la casa a acompañarlos sin que tenga tanto miedo,
los terapeutas y Nora, hacen un lugar a Jaime,
esperando que éste exprese algo desde su lugar de
padre pero se frustran escuchando hasta el final
discursos en los que él hace sólo pedidos y reclamos
para sí mismo.
Analizando la situación se hace evidente que
Jaime resulta un “envase” de PADRE que contiene
más bien un niño, indefenso y demandante, al cual
estos hermanitos carenciados de madre (“envase”
de HIJOS) cuidan y apoyan. Uno de ellos (en “envase”
de niño) en los hechos desarrolla conductas
de un verdadero adulto que, junto con la asistente
social, se hace cargo de asumir responsabilidades
de enseñanza de responsabilidades y cuidados a
sus hemanitos, lo que sería el “contenido” parental.
Estas conciencias se hacen evidentes cuando uno
de los terapeutas, usando una técnica psicodramática
pone a Jaime sobre la falda de Juan como si fuera
un bebé, quien se queda quieto y cómodo, mientras
Juan, sorprendido y esforzado, lo sostiene. Con esta
escena cambian las acciones de los terapeutas,
ya no más interesados en encontrar conductas de
padre en Jaime sino en ayudar a quienes se hacen
cargo de las funciones de cuidado (los hijos y la asistente
social).
4. Una señora, Clara de 56 años, procura ayuda
terapéutica, a partir de una depresión intensa.
Cuenta que está así desde que, a partir de la última
escalada hiperinflacionaria en la Argentina, el
marido, dueño y titular del laboratorio químico en
que ambos trabajaban, le propone que ella deje de
trabajar y sea reemplazada por uno de sus hijos que
está estudiando la licenciatura en química, y está
buscando trabajo que no sobra por la coyuntura
económica del contexto.
Ella en principio acepta porque lo ve razonable,
pero a poco andar percibe que no está acostumbrada,
después de 20 años, a que el marido decida sobre
el dinero que le da o no para los gastos de ella
y de la casa. Tampoco ve bien que el hijo tenga más
autoridad que ella “porque él ahora trabaja y gana”.
Ella quiere entonces volver a cambiar las reglas de
juego y retomar su lugar en el laboratorio. Para su
gran asombro, no sólo su marido y su hijo no aceptan
esto, sino que la definen a ella como problemática,
menopáusica, inadaptada a los cambios y los
crecimientos, quejosa, molesta.
Como Clara se sabe idónea en la tarea que desempeñó
durante años, aunque sin título académico,
sale a buscar trabajo en el ramo. Se encuentra con
que no tiene ninguna constancia, currículum, título,
ni papeles que acrediten su experiencia y su idoneidad.
Descubre entonces que ha hecho el trabajo
de apuntalar y auxiliar a su marido, sin ocuparse
de un reconocimiento para ella. En el mundo de las
transacciones laborales su trabajo no tiene ninguna
certificación que lo valide, y el marido se niega
a ayudarla porque, desde su criterio, la ve mal y no
quiere que ella siga trabajando, ya que la economía
del hogar no lo necesita.
Clara está desesperada y se encuentra con que
los terapeutas consultados interpretan su malestar
como relativo a un momento de su ciclo vital y familiar
(el llamado NIDO VACIO), en lugar de relacionarlo
con el diario conflicto de sentir la evidencia (antes
oculta) de su lugar de subordinación, que aparece
una vez quitada la dosis permanente de anestesia
que le significó en su momento, el supuesto prestigio
y la disponibilidad de dinero proveniente de su
actividad laboral.

Su identidad está en crisis, sus ilusiones acerca
de su propia imagen también. La imagen de su
marido y la expectativa de igualdad y reciprocidad
en relación a él, se han caído. Clara necesita ayuda
para evaluar ahora, sin velos, los supuestos acerca
de sí misma como perteneciente al mundo público
laboral a través de su concreto y eficiente trabajo en
el laboratorio. Le “hicieron” creer, y ella fue partícipe
de esa creencia, que ella y su marido eran socios
igualitarios, que lo que ella hacía para el prestigio
y crecimiento del producto común, lo que ella ponía
de sí misma, tenía el mismo reconocimiento y el
mismo “premio” para los dos, que ambos gozaban
de igual autonomía y poder de decisión. Anestesiada,
no vio la realidad de su inversión, y ahora siente
que es prescindible, que ha perdido todo: trabajo,
dinero (ya que el que ganó lo gastaba en la casa,
sabiendo que contaba con sus próximos ingresos
y con lo que producía el laboratorio, del que ahora
disponen el marido y el hijo), e ilusiones. Creyó ser
socia de una staff empresarial, y anestesió toda percepción
que le indicara que en realidad ella cumplía
con el mandato de apoyar y realzar al “verdadero”
trabajador y dueño que era su marido. Se sintió parte
de un “nosotros” que no la incluyó en la medida
de su expectativa. “Nuestro” laboratorio, “nuestro”
dinero, “nuestro” proyecto común dejó invisible la
ilegitimidad de su trabajo diario, y la concreta desposesión
que ocurría. Ahora debe afrontar su despojo
y su posibilidad de rescate y afirmación desde
donde realmente quedó. Si se siente entendida en
su dolor por sus pérdidas, y no rotulada como “desviada
de la normalidad”, puede empezar a defender
lo suyo, reubicándose en sus relaciones familiares y
rescatando sus propios valores y proyectos.

Objetivo terapéutico general

En los programas de acción terapéutica que desarrollamos
en los equipos PIAFF3, nos proponemos
introducir una lógica y acciones tales que amplíen
y problematicen las creencias que se correlacionan
con las conductas de las personas, consideradas en
sus sistemas sociales de referencia. Para esto incluimos
las diferencias de género como un factor determinante,
con implicancias contextuales específicas.
La expectativa es que, a partir de estas nuevas conciencias,
logradas a través de conversaciones colaborativas
(Gergen, 2005; Fried Schnitman, 2005);
Ravazzola, 2003) que incluyen ejercicios corporales,
las personas enredadas en conductas que no desean,
puedan visualizar alternativas de solución a
sus problemas y tomar nuevas decisiones.

Objetivo particular de este trabajo


Tomo los ejemplos expuestos para hacer posible
la identificación, en el campo del accionar terapéutico,
de algunas “trampas” anestesiantes que nos
ocultan posiciones que ocupamos los terapeutas.
Estas “trampas” están en formas en que mujeres y
varones pensamos, decimos y actuamos en la vida
cotidiana y en decisiones que tomamos en nuestro
accionar profesional. Sin darnos cuenta, como terapeutas,
podemos estar defendiendo el prestigio
de los lugares sociales que la cultura atribuye a
los hombres, en estos casos examinados, padres y
maridos, y a veces, también hijos. Con esto, contribuimos
a la perpetuación de un orden en el que las
diferencias jerárquicas de sexo promueven penosas
e injustas desigualdades. Los costos de este orden
injusto son grandes, especialmente en calidad de
vida para mujeres y varones.
Me propongo ser útil a mis colegas, en especial
si tienen formación sistémica, en el sentido de que
se nos hagan claras y visibles esas múltiples y sutiles
“trampas” que, en diferentes niveles (ideas,
discursos, relaciones, imágenes, estructuras, etc.)
nos ponen una venda en los ojos, nos anestesian.
Me refiero a lo que no se nos hace visible como clave
de lo que le está pasando a quien nos consulta,
se nos queda escondido o minimizado, como sin importancia
o sin resalto, con lo que no se nos aparece
una diferencia significativa como información sino
que las interacciones siguen circulando tal como
estaban.
Es muy posible que yo también me haga “trampas”
involuntarias en mi trabajo, y que sin darme
cuenta omita o confunda algún nivel de los que tomo
para analizar. El trabajo en equipo me permite en estas
situaciones el reconocimiento de las mismas.

Puntos de partida

Como psicoterapeuta, me encuentro casi habitualmente
con hombres y mujeres con vocación de
cuidados, que consultan porque perciben que ellos
y ellas, o alguien de su entorno, necesitan ayuda.
En la mayoría de los casos, estas personas expresan
con más claridad lo que ven como necesidad de algún
otro que una necesidad propia, y hasta puede
ser que pidan ayuda para convertirse en mejores
ayudadoras, percibiendo que en algo les están “fallando”
a los suyos.

En estas consultas:

• Proponemos poner entre paréntesis los conceptos
diagnósticos y técnicos que derivan de la
psiquiatría , el psicoanálisis y otras teorías psicológicas,
para poner centralmente nuestra mirada sobre
los hechos y transacciones de la vida cotidiana,
y la experiencia concreta del contacto que hacemos
con quienes nos consultan. Esto quiere decir que
nos interesa examinar toda la serie de conductas y
negociaciones que producimos y aceptamos permanentemente
todos los días, y cómo nos sentimos en
las interacciones en las que participamos.
• Desde nuestro punto de vista estas transacciones
cotidianas, sus supuestos y sus efectos, son el
eje clave del bienestar, el malestar y los estados psicofísicosociales
que llamamos salud-enfermedad.
Por lo tanto nos parece muy importante revisar los
supuestos de salud y enfermedad con los que operamos
nosotros y quienes nos consultan.
• Nuestra cultura prescribe continuamente las
conductas que considera adecuadas para las personas,
que son distintas según se trate de varones o
de mujeres, y según a qué clase social, raza, edad,
etc. pertenezcan. La distinción en la que acá nos
concentramos es la que nos señala cómo debemos
comportarnos si somos mujeres y cómo debemos
hacerlo si somos varones, y las implicancias valorativas
de tales distinciones y sus consecuencias.
Consideramos que los mandatos cotidianos que
muchas veces recibimos las mujeres nos inducen
y nos entrenan hacia:
• Responder a las necesidades y a los deseos de
otros antes que a los de nosotras mismas.
• Conocer y reconocer las señales de tales necesidades
y deseos en los otros, sin entrenarnos igualmente
en el reconocimiento de las señales correspondientes
a las necesidades y deseos propios.
• Sentirnos y creernos responsables del bienestar
y del malestar de los otros.
• Buscar la permanente aprobación de los otros.
• Experimentar serias dificultades para decir que
no.
• Asumir el compromiso y la responsabilidad por
la conservación de las estructuras sociales (Ravazzola,
1989).
• Negar o evitar los conflictos.
• Tratar de evitar agresiones u hostilidades.
• Aceptar sin cuestionar lo que proviene de otro
al que prestigiamos más que a nosotras mismas, seguir
sus indicaciones como si fueran válidas, aún en
las esferas más íntimas y propias, como la sexualidad
y el propio cuerpo.
• Someternos al sistema médico-psicológico sin
cuestionarlo.
• No sentirnos seguras de nosotras mismas.
• Definir destino y proyectos en función de un
hombre, generalmente el marido.
• No registrar malestar ni cansancio en tareas de
cuidado.
• No ser efectivas en acciones de auto defensa.
Estos mandatos configuran la imagen de la madre
ideal que la cultura nos presenta como el modelo
de la identidad femenina.
Al funcionar estas expectativas sobre las mujeres
como un mandato social, el no cumplimiento de
estas prescripciones no sólo nos haría pasibles de
sufrir castigos sociales como soledad, aislamiento,
rechazo, etc., sino que nos convertiría ante nuestros
propios ojos, en no- mujeres, no sólo inadecuadas
sino de-generadas, des-naturalizadas en nuestra
identidad de mujer.
Las mujeres, en las experiencias que nos marcan
los mandatos culturales, vamos creciendo y
viviendo mientras nos decimos:
1) ”acepto el lugar de importancia superior del
otro con respecto a mí misma” “Alejandro no me
deja conducir en ruta” dice una señora ama de casa,
arquitecta, casi orgullosa de sentir que su marido
“la cuida” y cuida a los suyos, sin conciencia de la
descalificación que se le asigna.
2) ”des-aprendo” a reconocer las señales que me
da mi propio cuerpo (cansancio, dolor, placer, etc),
acerca de mí misma, las des-estimo y las postergo,
a menos que sean lo suficientemente grandes como
para que me hagan “fallar” en mi función de ayudadora
y sostén de los otros. Sólo en ese caso merece
la pena que me ocupe de mí.”
3) ”mientras yo no esté grave, no está amenazada
mi función y puedo cumplir con las expectativas
que los otros han puesto sobre mí. También mientras
mi marido, hijos, padre, madre, hermanos, estén
bien, sé que estoy cumpliendo adecuadamente
mis funciones, que soy aprobada y reconocida por
mí y por los demás en mi identidad de función, (¿madre
ideal?).”
4) ”si algo no anda bien, en mí o en ellos, pido
ayuda desde mi función cuidadora, ya sea para ellos
o para que me vuelvan a poner a mí en buen estado
y pueda volver a funcionar. Me siento responsable
de su bienestar.”
6)”para que ello sea posible, ni yo, ni los demás
debemos registrarME, con lo que me administro a
mí misma grandes dosis de anestesia.” “¿Cómo?
a- me hago experta en reconocer señales de
que se está levantando la anestesia (que me
canso, que me quiero ir, que estoy arrepentida
de haberme casado, de haber tenido hijos, desilusionada,
estafada...) y trato de recuperarla
para lo que uso recursos anestesiantes, sociales
y personales, como negar la desigualdad, la
opresión, la conciencia de pertenecer a un status
de 2da, etc. Busco terapias anestesiantes y sustancias
químicas que me calmen.”
b- trato de producir anestesia también en
mis interlocutores para que no registren lo que
yo vivo ni me den feed back de ello ( a través de
hacerme la loca, provocar, ponerme tonta, irritar,
no pedir claramente, no usar las estrategias adecuadas
a cada contexto, etc).”
¿Cómo algo que está se hace invisible? Como
dice H. von Foerster, no vemos que no vemos…, con
lo que creemos que ESO no ES o no ESTA (von Foerster,
1994).
Los magos hacen trucos de “ilusionismo”. Provocan
que se ponga la mirada sobre algo que no
permita que aparezca el impacto de la diferencia.
Por lo tanto, no se nota aquello que se quiere invisibilizar.
El drama de la repetición de los malestares cotidianos
es que justamente son invisibles, supuestamente
“naturales”. El acostumbramiento, la repetición,
el hecho de que algo suceda frecuentemente,
abundantemente, quita categorizaciones diferenciales
que puedan producir impacto cognitivo.
Se anestesian entonces los malestares. También
se anestesian los procesos de producción de
los malestares. Los neurobiólogos han llamado:
disociaciones post traumáticas a estos fenómenos
anestésicos defensivos

Algunas formas lamentablemente eficaces que
las personas usamos para lograr anestesia.

• Suponer que algo que otro dice o escribe es
verdad sin reflexionarlo.
• Aceptar formas plurales de enunciados
(“nosotros”...”ustedes”…) sin repreguntar (¿quienes?).
• Hacer hincapié en la estructura: aceptar una
propuesta porque “es buena para la familia-pareja”
(sin analizar esto suficientemente).
• Decirse “no es para tanto” frente a algún mal
trato que otro pone en evidencia; negar el malestar.
Los malestares se pueden negar pensándolos como
“triviales” o exagerados.
• Sentir o decir “yo puedo esto y más” frente a un
sobreesfuerzo, negar el malestar y negar el costo.
• Sentir y decir que “él (por quien estaría produciendo
el mal trato) está enfermo, hay que comprenderlo”.
• Como lo ideal es que hombres y mujeres seamos
iguales en jerarquías y prestigio, creer que entonces,
seguramente, SOMOS IGUALES.
• Suponer que la dedicación y el trabajo doméstico,
así como las tareas propias de las necesidades
de la crianza de los hijos, son “naturales”, por lo
tanto, no producen cansancio.
• No apreciar ni exigir reconocimiento social y
familiar por el trabajo doméstico como tal. Desconocimiento
del tiempo, la dedicación, y el esfuerzo que
demanda, y la importancia que tiene para la creación
de climas de confort y bienestar.
• Rotular para no escuchar, y aceptar rótulos sin
examinarlos.
• Hablar de modos que siguen un diálogo con
alguien que está afuera de la interlocución con nosotros.
“Yo le dije a...
“El me dijo....El dice...
“Querés saber lo que él dice...
“Cuando yo le digo a...
• Aceptar definiciones de hombre y mujer según
el estereotipo y sin reflexionar.
• Aceptar explicaciones como si fueran verdades
sin advertir que funcionan como justificaciones.
• Negar la necesidad de estrategias.
• Negar o disminuir deliberadamente el propio
poder (hacerse la loca-la tonta-la ciega-desesperarse
y ceder)

Algunas estrategias (para terapeutas) para eludir
las “trampas”.

• Pararse detrás de ella (doblaje) para ver qué
cosa LA anestesió.
• Pararse detrás de él para ver qué le hace o le
permite sentir como siente
• Concientizar “envases” y “contenidos”
¿Importan las Diversidades de Género en las Decisiones de los Terapeutas? 89
• Desrotular. No aceptar rótulos
• Redefinir comunicaciones incongruentes
• Hacerles dramatizar roles complementarios
• Participar de talleres de búsquedas de situaciones-
evidencias-en la Vida Cotidiana de desigualdades
o aquellos elementos de la violencia habitualmente
invisible.
• Registrar cuando en la relación con la terapeuta
se reproducen los mismos patrones que se describen
en la vida cotidiana de las consultantes.
Podemos continuar con las listas que nos armamos
para mantenernos alertas acerca de las “trampas”
que nos producen anestesias. Estos listados
no son exhaustivos ni representativos de todas las
consultas en las que las diferencias de género juegan
un papel preponderante en los conflictos que se
presentan. Sólo reflejan la experiencia de un equipo
de terapeutas que venimos compartiendo un
camino de compromiso con el bienestar y la salud
de hombres y mujeres recuperando vínculos que incorporan
valores de justicia, sentimientos de amor
y empatía y acciones de solidaridad y cuidados de
unos a otros.

(1) En Historias Infames, Paidos Argentina, 1997, comparo el sistema de la violencia doméstica con el circuito propio de los autoritarismos en que se invisibilizan los malestares, la conciencia del daño y los recursos de acción positiva de los actores involucrados, en función de ideas aceptadoras de diferencias jerarquizantes y opresiones de género.

(2) Uso el artículo en género femenino, pero representando a los dos géneros.
María 86 Cristina Ravazzola

(3) Programas de Investigación, Asistencia, y Formación en Familia.
¿Importan las Diversidades de Género en las Decisiones de los Terapeutas?



BIBLIOGRAFÍA

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En K. Weingarten. The Mother´s Voice – strengthening
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The Guilford Press.

Abstract: Stereotyped expectations on the roles women
and men should play in our western cultures involve us in belief
systems that anesthetize us and influence on decisions in ways
that may not help our consultants so, we think that we need to
be trained in how to be aware of such assumptions and their
consequences.
Some clinical experience can illustrate those anesthesia and
the ways they conditionate therapeutical decisions.
Focusing on gender diversities and the importance of
relationships in everyday life I describe some statements
belonging do these belief systems, ways to recognize them and
conversational strategies to de – construct them.

* María Cristina RavazzolaBuenos Aires, Argentina.E-Mail: mravazzo@sion.com

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